miércoles, 4 de septiembre de 2013

El fabricante de cajas musicales

Érase una vez, en un reino donde los cuadrados estaban prohibidos, que un fabricante de cajas musicales soñó con una melodía. Era tan hermosa y desgarradora a la vez que se despertó extasiado y dio vueltas por toda la casa buscando algo que la igualara. Lo rodeaban mil sonidos y formas de imitar los instrumentos, y él tenía las mejores herramientas.
Josué, como se llamaba, provenía de una larga estirpe de fabricantes de cajas musicales. Desde los tiempos de Ricardo, El Magnífico, cuando los cuadrados aún no estaban prohibidos, su familia había empezado el negocio. Su fama se había extendido y tenían una tienda en la calle central del reino. Sus cajas se vendían a nobles y pueblerinos. Eran el regalo ideal para una madre en su cumpleaños o para que un caballero declarara su amor a una doncella. Todos las amaban.
Sin embargo, las cajas de su familia siempre fueron cuadradas. Siempre. Las esquinas, algo despreciable en el nuevo régimen, eran para su madre “aquellos dulces lugares que te pueden herir, pero te enseñan que siempre hay un lugar donde girar a un nuevo lado”. Josué había aprendido esa filosofía mientras crecía.
Pero desde que el rey había descubierto que los sellos de sus enemigos se grababan sobre cuadrados, y sus estandartes también tenían esa forma, había decidido eliminarlos. Todo aquel que poseyera un cuadrado era acusado de traición al reino y ejecutado en la plaza central. Sus padres no pudieron superarlo y estuvieron a punto de cerrar la tienda. Josué, que acababa de aprender el oficio, se había visto obligado hacer cajas redondas. Cuando las ventas se mantuvieron, lo dejaron a cargo. Sin embargo, cada vez que Josué regresaba a casa, los encontraba haciendo cajas cuadradas. Con miedo, había creado un sótano para que pasaran sus horas allí, pues si alguien los descubría, el rey los mataría.
Sus padres nunca renunciaron a su pasión y murieron entre su música en cajas cuadradas. A escondidas, Josué había enterrado sus favoritas con ellos: giró las manivelas y dejó la música puesta, para que sonara hasta que sus huesos se convirtieran en polvo.
Pero ese día, nuestro fabricante había soñado con sus padres y con una melodía que lo obsesionó hasta un punto rayano en la locura. Tomó sus herramientas y empezó a crear diferentes patrones de remaches en los discos. Probó una y otra vez sin éxito. Sus empleados se acercaban a preguntarle si todo iba bien  y Josué los alejaba con un resoplido exasperado.
Mientras iba y venía de un lado a otro, jalándose los cabellos en su desesperación, se cruzó con la puerta hacia el sótano. Estaba vieja y llena de polvo, porque nadie había entrado en años. Fue allí cuando lo supo: la única forma de reproducir esa melodía del alma era con una caja que saliera de la suya. Y para que eso pasara, tenía ser una caja cuadrada. La música sonaba como familia y toda su infancia estaba repleta de cuadrados. Nunca había descubierto si era la acústica, el amor o simple capricho, pero había algo en la magia de una caja musical cuadrada que las redondas no podían igualar.
Josué trabajó durante una semana sin descanso. Cuando terminó, las ojeras bordeaban su rostro y, sin embargo, alguien que lo conociera diría que había rejuvenecido.
Admiró su obra de arte y ni siquiera se atrevió a activar la música. En lo más hondo de su ser sabía que lo había conseguido. Cerró la caja y, en la tapa, grabó el apellido de su familia: Milian. Josué estaba tan emocionado que supo que debía llevarla al palacio. Si el rey pudiera escuchar aquellas notas, se daría cuenta de lo absurdo que era prohibir los cuadrados cuando había música tan hermosa surgiendo de ellos.
Lanzando una capa sobre sus hombros, corrió a sus cuadras y se apeó sobre el primer caballo que vio. Presuroso, partió a todo galope. No escuchó los gritos de los sirvientes que lo seguían.

—¡Señor, esperad! El caballo tiene una pata herida.

Sin embargo, Josué lo descubrió pronto al doblar una calle. Por primera vez, resultó útil que las calles y esquinas se hubieran vuelto curvas pues la caída del caballo no fue tan brusca. Josué salió disparado de la silla hacia el escaparate de una tienda.  Se golpeó la espalda y muchos corrieron a ayudarlo. La caja cayó de sus manos, aterrizando sobre la acera, junto a él.
Todos los que se habían acercado, se detuvieron como petrificados. Una mujer soltó un grito.

—¡Cuadrado! ¡Cuadrado!

Ante esa palabra, se desató un pandemónium. La gente salió corriendo, deseosa de alejarse del elemento extraño. La multitud atropelló todo a su paso. Una cuadrilla de guardias se abrió camino, cercando la caja y a su dueño, para evitar que nadie traspasara los límites. Uno de ellos intentó quitársela para llevarla como prueba, pero tuvo que desistir porque Josué se negaba a soltarla. Se lo llevaron a rastras, todavía abrazado a su creación.
Josué pasó días y noches en los calabozos de palacio, sin responder las acusaciones. El día de su ejecución lo sacaron entre los insultos del pueblo. Ni siquiera los escuchó, preocupado por no ser separado de la caja que acunaba en su regazo.
Cuando lo colocaron sobre el madero, mientras el verdugo afilaba su guadaña, Josué  puso la caja frente a él. Con un movimiento lento y armonioso, accionó la manivela y la abrió. Las figura de la familia que había tallado empezaron a dar vueltas en la superficie. Sólo él estaba escuchando la melodía pues el alboroto de la gente impedía que la música alcanzara otros oídos. Y allí, a punto de morir, Josué supo de dónde provenía. Era la llamada de su familia, que esperaba por él, en un mundo donde los cuadrados no estaban prohibidos.
El verdugo, sin darse cuenta de la feliz sonrisa de su condenado, le cortó la cabeza entre las aclamaciones del pueblo. Y así murió el último fabricante de cajas musicales cuadradas del reino.
Pero aquella misma tarde, el reino enemigo invadió las calles y derrocó al rey. Cuando fueron a ejecutarlo, tuvieron que sacar el cuerpo del Josué para que ocupara su lugar. El nuevo verdugo vio a sus pies la caja musical y quedó asombrado por la belleza de las notas. Apreciando en ella su valor, la llevó ante el nuevo rey.

Así fue que la caja empezó a sonar con la melodía de la vida del último fabricante de cajas musicales cuadradas. Y de ese modo, vivió para siempre.

Pd. Este fue el cuento con el que participé y gané un concurso en un foro. Quería compartirlo ^^

3 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Gracias! Qué bueno que te haya gustado ^^

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    2. Me encanto tú cuento eres una exelente escritora y la reflexión que da es demasiado linda :)

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