miércoles, 19 de diciembre de 2012

Un día


El día que me enamoré de ti fue como cualquier otro. Y lo descubrí leyendo un libro. O lo admití, para ser más clara. Lo estoy. Estoy enamorada de ti. Pero no hay problema. Nada de qué preocuparse. Es solo ese tipo de amores famélicos, surgidos de los que van por allí buscando alguien para compartir una vida, una sonrisa. Esos amores sin esperanzas que se mantienen vivos a punta de las sobras que recogen de algún campo marchito. Esos amores que buscan la muerte con desesperación. El final de su existencia a manos de amores más poderosos, de los que son correspondidos, de los que laten juntos. Que los ciegue por su resplandor y convierta su triste y patética existencia en un buen recuerdo. Eso es lo que buscan ser. Un recuerdo que los haga sonreír, un deseo que ya no duela en lo más hondo del alma. Lo ansían desesperadamente. Porque mientras solo existan ellos, nada podrá florecer en el campo marchito que habitan. A veces, entre espejismos, lo ven venir. Y sueñan con que ese otro poderoso amor, los derroque, los destruya, los transforme. Aunque a veces entre sus pesadillas, se cuela la idea de que un día despierten convertidos no en un buen recuerdo, sino con la sorpresa de un corazón junto al suyo, con la desconocida y utópica sensación de ser un alma completa al fin.

Pero no debo preocuparme. Ni debes preocuparte. Este morirá.

Valeria en Tardes de Verano

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