—Hola.
—Huelo despecho en este “hola”
—Retiro
cualquier comentario que haya hecho en el pasado sobre que en otra
vida fuiste un caballero medieval o un príncipe. Totalmente eras un
sabueso.
—Tal vez era el sabueso del príncipe.
—Da igual, las princesas no besaban sabuesos.
—Pero tú eras una ratona.
—Es cierto.
—Entonces, ¿qué pasó?
Le digo todo. Del tipo de "todo" que arruina tu maquillaje y te hace temblar aunque haya sol.
—No tengo derecho a sentirme así, ¿verdad?—Tienes libertad de sentirte como quieras.
—Genial, porque odio esto...
—No quiero aprovecharme pero lo entiendo.
—Tal vez por eso te llamé....hey, gracias por escuchar
—Está bien. Míralo de esta forma: "De todos modos, ya necesitabas un momento de soledad."—Odio la soledad. ¿No quieres salir conmigo?
Y ahí está su risa. LA risa.
—No, ratona. Por tu bien, necesitas aprender a controlar la soledad.
—Púdrete.
—Tus deseos, son órdenes.
Y entonces cuelga. Es allí cuando me doy cuenta que la soledad crece...y me ahoga.
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