sábado, 29 de septiembre de 2012

Sensaciones

Era un viaje tranquilo en el momento en que él subió. Caminó sin pretensiones, con su suéter rojo holgado, sin terminar de captar mi atención. Una persona más que sube. Hasta que se colocó a mi lado.

El chico olía a globos.
Ese olor a plástico de colores, ese olor a fiestas infantiles, ese olor a mi infancia.
Era el miedo a las paperas, a que uno explotara, a que no quedara lo suficientemente inflado.
Era la rabia no encontrar un inflador, la de no poder quedarte con todos los colores (incluso los que no eres capaz de imaginar), la de que no pudieras acabar lo suficientemente rápido.
Era las ansias de la celebración, de decorar, de querer que el payaso hiciera un animal del que nunca hubieras oído.

Y finalmente, el chico se puso de pie y me dejó con los recuerdos, el ruido del tráfico y un eco de esos tiempos donde no puedes comprender por qué te dicen que pronto todo se arruinará.

Ahora que lo pienso, ¿por qué el chico olía a globos?
Debí haberle hablado. Tal vez un día sin llovizna oliera diferente. Tal vez tuviera entre sus perfumes, más de mi nostalgia embotellada.

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