domingo, 17 de febrero de 2013

¿Sabes? Obviamente no. Tuve una pesadilla. Horrible, como siempre. Pero en algún momento, soñé que me besabas. Así, de la nada. Como si fuera lo más natural del mundo. He pasado días luchando contra mí misma, secuestrándote, huyendo, ganando y perdiendo. Finalmente, decidí que era mejor no seguir. Pero ese beso me derritió. Fue como si no existiera nada más. Ni la gente ni el planeta. Ni la vida ni la muerte. Ni tú ni yo. Solo ese beso.

Supe un minuto después, que soñaba. Recordé que la realidad era muy diferente. Que lo mejor que pasa entre nosotros es mi desesperado y absurdo deseo de querer que seas feliz. Rememoré que es una mierda porque hay una parte de mí que quiere luchar por ti pero haría cualquier cosa por verte feliz, aunque sea de otro modo. Aunque sea con otra, aunque signifique matarme a mí misma, aunque duela, aunque haga que me odie, aunque tenga ganas de gritar, aunque sienta que lo único que podría ayudar sea arrancarme la piel, aunque cada sonrisa tuya me clave un puñal en el corazón y lo haga latir al mismo tiempo. Tal vez por eso no lo detuve. Porque en ese instante no importaba nada más. Ni los sueños ni las pesadillas. Ni las ilusiones ni el mundo real. Ni tú ni yo. Solo ese beso.

Y desperté cuando el sueño se volvió pesadilla. Cuando todo dio vueltas en el laberinto que me atormenta. Incluso así, me dio igual. Después de todo, quisiera que me elijas, que no tuviera que estar haciendo esto contra la corriente. A veces...se aprende que el resto del mundo no siente con tanta carga como uno. Que las personas como yo, a las que les cuesta llegar a sentir afecto por alguien pero que cuando lo tienen podrían morir por ellos, son difíciles de encontrar. Aunque se aprende también que los celos realmente te hacen sentir algo físico. Una punzada en el pecho, que te sorprende y te deja luchando por una bocanada de aire. Sí, ese beso dolió al despertar. Pero fue interesante saber lo alto que puedo llegar a volar, aunque ahora duela haber caído, aunque haya volado sin alas, aunque solo haya sido lanzarse a un acantilado a cuyo abismo tentaba desde hace mucho. Porque incluso despierta, por un minuto, no existió nada más. Ni la cama ni el suelo. Ni el día ni la noche. Ni el sueño ni la vigilia. Ni tú ni yo. Solo ese beso.

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