El hambre y yo nunca nos llevamos bien. Ella aparecía y yo hacía cualquier cosa para evitarla. He pasado mi vida comiendo todo lo que me pasaba por delante a cualquier hora solo por no verla.
Ahora, es como si fuera una vieja amiga a la que lamento no haber tratado bien. Ella me inunda, me llama, me recorre y, sin embargo, no puedo comer. La comida sabe a tierra (y si lo fuerzo, siento que voy a vomitar). De todos modos, el hambre y yo estamos empezando a conocernos mejor. Y me cae bien.
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